Quisiera una noche de gargantas azules.
Una noche dormida en la cuna del arpa,
pequeña de luna que sumida en tus pechos
escuchase el perfume de una flor chopiniana.
En el fondo de un vaso descubrir tu silueta
y tender a tus labios mis venas,
para que el ansia de besarme la sangre
me hiciese caminar una ruta sin mapa.
Deseo una noche con árboles de nieve,
con luna verde cubierta de pestañas,
en el agua de un pozo la sombra de un piano,
dientes liberados mordiendo una sonata.
Qué tuya y qué mía será la sombra aquella.
Tengo en mi cartera tus pupilas guardadas.
Tienes en tus pulsos mi retrato pequeño,
en caja de agujas mi verso esmeralda.
Pero ni tú ni yo, ni la noche ni el barco
saben la razón de una esponja caída.
La arena del mar libera las playas.
Lo saben tus ojos colgados de árboles,
lo saben mis uñas en limones clavadas.
Tus labios perdidos por la tecla más íntima
y el copo de la aurora besándote la cara.
Tu aliento entre mis manos es pájaro herido.
Un jardín llorado. El látigo del agua
fustiga el lamento de una sien de alabastro.
Cabalga la noche montañas de viento.
En el cáliz del beso inventamos el alba.
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