Porque no amo
porque me asusta amar
ya no sueño.
A ti, la Dama, la audaz Melancolía
que con gritos solitarios hiendes mis carnes
ofreciéndolas al tedio,
tú que atormentas mis noches
cuando no sé qué camino
de mi vida tomar.
Te he pagado cien veces la deuda
de las brasas del ensueño,
sólo me quedan las cenizas
de una sombra de la mentira
que tú misma me habías obligado a oír.
Y la blanca plenitud no era
como el viejo interludio
y sí una morena de finos tobillos
que me clavó la pena de un pecho punzante
en el que creí y que no me dejó
más que el remordimiento de haber
visto nacer la luz sobre mi soledad.
E iré a descansar con mi cabeza,
entre dos palabras, en el valle
de los avasallados.
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