lunes, 14 de abril de 2014

Porque He Muerto de Amor Algunas Veces (Antonio José Mialdea) (Manual de lluvia, 2007)


Porque he muerto de amor algunas veces,
sé que hoy estás muriendo de amor y sólo quieres
respirar el perfume del naranjo anochecido.

Porque he naufragado de amor algunas veces
y he sido gris, y ola y mar y marinero
en busca del sabor amargo de la tierra.

Porque sé lo que es vivir desnudo en el invierno
sin otra visión que mi delirio y, de repente,
como de amor morir entre unos brazos.

Porque he muerto de amor algunas veces
entre fuentes de agua cristalina y arrayanes,
sé que estás muriendo de amor, amiga mía,
como muere el azahar cuando amanece.





La Cabeza (Juan Carlos Mestre) (La casa roja, 2008)


Se me ha ido la cabeza
No soy el primero ni el último a quien de repente se le va la cabeza
Un día te levantas y no hay nadie sobre los hombros

La mayoría se aburren y marchan sin despedirse
No vuelven a acordarse de sus antiguos dueños
Las que regresan lo hacen a menudo desengañadas
Miran para otro lado como si aquí no hubiese pasado nada

Las oficinas de objetos perdidos están repletas de cabezas como la mía
Las guardan un tiempo, luego no se sabe qué hacen con ellas

No las iban a dejar allí para siempre






sábado, 12 de abril de 2014

Cómo Llenarte (Luis Cernuda)



Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma…
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aún cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.  



 

De: Lo Presentido Se Hace Carne (César Martínez Callejo)



Te he traido la lluvia
para que reconozcas
mi delirio de mordiscos
                      y negras abejas,
para que tú descifres
esas puertas siempre llavadas
en que derramo renuncias
                      y declaro recuerdos,
para que me hagas alivio
en este revoloteo de hiel
                      y escaleras,
en este desconocer encuentros,
              engaño de papeles sucios y voraces.

Debes perdonar, amor,
mi habitación está revuelta
                 y mutilada....
         todas las cerraduras indescifrables (el desorden me hizo sitio) 
         el óxido de mis ventanas 
Debes perdonar
          mi inconstancia de ave,
          mi colección de denuncias y alfombras oscuras
          llenas de tiempo adormecido
                          y secretos
Debes perdonar, amor...
   pero
            ahora mismo
                     equilibro mis pasos al orden...
Ya debes saber,
                     lo inventé todo para traerte.
No debí molestarte,
                     pero
                empezaba a ser solo
            en el desconcierto de tabaco y cafés
                     y la hora de la lluvia me sorprendió.
Debes perdonarme, amor,
                     perdí mis mapas
                              entre las piedras del río
                     y no sabía volver.