(En la tumba de W. H. Auden en Kirchstetten, Austria)
Imagina unos versos. Después, ponte a buscarlos
como si fueran tuyos y estuviesen perdidos;
intenta adivinarles las palabras
como el que huye trata de predecir los pasos
de quienes lo persiguen; y procura que en ellos
se detenga el idioma
igual que el agua
se vuelve hielo para dejarse acariciar.
Que tu poema sepa algo que ignoras;
que no te necesite; que encuentre al mismo tiempo
lo que nadie soñaba y lo que buscan todos;
que cuando ya no estés
oculte que te has ido,
se haga pasar por ti.
No escribas si lo puedes hacer como cualquiera
pero no como tú;
si al repetir
lo que dijeron otros
no dices otra cosa;
si en tus libros no se oyen los libros que leíste,
como en un apellido
se escucha galopar
a los antepasados.
Que tu poema esté a medio camino
entre tú y yo
lo mismo que una estatua
entre el cuerpo y la roca;
que ponga lo intocable en nuestras manos;
que logre que se queden las cosas que se van.
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