¡Mi vida!, usted tiene la insana costumbre
de romper todos los puentes
que me unen a este mundo de muertos.
de romper todos los puentes
que me unen a este mundo de muertos.
El día que tenga que pagar por mi desdén,
usted, en lugar de venir a mi favor,
afilará en acero de la guillotina con su lengua.
¿Cómo no la voy a querer?, dígame.
A veces, no sé cómo presentarme ante usted;
y me pregunto si estos versos
estarán bien zurcidos al revés de mis ganas,
o si usted, con esa fama de asesina,
me tendrá preparada la manzana de Venus.
Y no es que yo crea que usted,
pueda llegar a hacerme algún daño -eso a mí
me importa tres rábanos, la verdad.
Cuando usted llegó a mi vida, mi corazón
era solo una bolsa de pegamento desinflada;
y tal vez, un pulmón perforado por las penas;
así como mi cerebro una piedra ahuecada.
Pues no; no le temo para nada, mi amada.
Usted sabrá, cuando el momento haya llegado,
que mis carnes no son tan sensibles
como lo son mi alma y mis palabras de barro;
y que mi cordura la empeñé, ahajada y sin arreglo,
en una tienda de incoherentes frustrados.